lunes, 2 de abril de 2007

EL HILO MAGICO

Érase una vez una viuda que tenía un hijo llamado Pedro. El niño era fuerte y sano, pero no le gustaba ir a la escuela y se pasaba todo el tiempo soñando despierto.

- Pedro, ¿en qué estás soñando en este momento, a estas horas? – le preguntaba la profesora.
- Estaba pensando en lo que seré cuando crezca – contestaba él.
- Ten paciencia. Hay mucho tiempo para pensar en eso. Cuando seas mayor no todo será diversión, sabes? – decía ella.

Pero Pedro tenía dificultades para apreciar cualquier cosa que estuviese haciendo en ese momento, y ansiaba siempre el futuro. En el invierno ansiaba que el verano volviese; en el verano soñaba con paseos de esquí y trineo, y con las hogueras que encendían durante el invierno. En la escuela, deseaba el final del día, cuando llegaría la hora de volver a casa; y en las noches de domingo, suspiraba diciendo: “¡Ah, si las vacaciones llegasen ya!”. Lo que más le entretenía era jugar con su amiga Lisa. Ella era tan buena compañera como cualquier chico, y la ansiedad de Pedro no le afectaba, ella no se ofendía. “Cuando yo crezca y me haga mayor, me casaré con ella”, se decía Pedro a sí mismo.

Él acostumbraba a perderse en paseos por el bosque soñando con el futuro. A veces se tumbaba al sol en la hierba blanda, con las manos detrás de la cabeza, y se quedaba mirando el cielo a través de las copas altas de los árboles. Una tarde calurosa, cuando se estaba quedando casi dormido, escuchó que alguien le llamaba. Abrió los ojos y se sentó. Vio a una mujer de pie delante suyo. Ella traía en la mano una bola plateada, de la cual pendía un hilo de seda dorado.

- Mira lo que tengo aquí Pedro – dijo ella ofreciéndole el objeto.
- ¿Qué es eso? – Preguntó curioso tocando el fino hilo dorado.
- Es el hilo de tu vida – contestó la mujer – No lo toques y el tiempo pasará normalmente. Pero si deseas que el tiempo vaya más rápido, te bastará dar un leve tirón en la línea y pasará una hora como si fuese un segundo. Pero debo avisarte: una vez que hayas tirado de él, no podrá ser colocado de vuelta dentro de la bola, y desparecerá como una nube de humo. La bola es tuya pero si aceptas mi regalo, no se lo podrás contar a nadie o morirás ese mismo día. Ahora dime, ¿quieres quedarte con ella?.

Pedro cogió de sus manos el regalo satisfecho. Era exactamente lo que él quería. La examinó. Era ligera y sólida, hecha de una sola pieza. Tenía solamente un agujero de donde salía el hilo brillante. El niño se la metió en el bolsillo y se fue corriendo a casa. Cuando llegó a casa y vio que su madre no estaba, la examinó de nuevo. El hilo parecía salir lentamente de dentro de la bola, tan despacio que era difícil percibir el movimiento a primera vista. Sintió ganas de darle un tirón rápido pero no tuvo el coraje. Todavía no.

Al día siguiente en la escuela Pedro imaginaba qué hacer con su hilo mágico. La profesora le reprendió por no concentrarse en los deberes. “¡Si al menos ya fuera hora de irse a casa!” pensó. Tanteó la bola plateada en el bolsillo. “Si yo le diese un tirón pequeñito el día se acabaría, llegaría a su fin”. Cuidadosamente, cogió el hilo y tiró. De repente, la profesora mandó que todos recogiesen sus cosas y se fuesen organizadamente. ¡Cómo le sería la vida de fácil ahora!. Todos sus problemas se habían terminado. Y desde entonces en adelante pasó a tirar del hilo, solamente un poco, todos los días.

Pero se dio cuenta que era un tontería tirar del hilo solo un poco todos los días, pues podría aprender una profesión y casarse con Lisa. Aquella noche, dio un fuerte tirón en el hilo y se despertó a la mañana siguiente como aprendiz de un carpintero de la ciudad. Pedro adoró su nueva vida, subiéndose en los tejados, irguiendo y colocando a martillazos enormes vigas que todavía exhalaban el perfume del bosque. Sin embargo, a veces, cuando el día de cobro tardaba en llegar, daba un pequeño tirón al hilo y la semana terminaba, llegaba el viernes por la noche y tenía el dinero en el bolsillo.

Lisa también se mudó a vivir a la ciudad con una tía que le enseñaba las labores del hogar.

Pedro empezó a impacientarse pensando en el día de su boda. Era difícil vivir tan lejos y tan cerca de ella al mismo tiempo. Preguntó entonces cuando podrían casarse.

- El año que viene - dijo ella - Para entonces yo ya habré aprendido a ser una buena esposa -

Pedro tocó con los dedos la bola plateada en su bolsillo.

- Pues el tiempo va a pasar bien rápido – dijo él con mucha certeza.

Aquella noche no consiguió dormir. Pasó toda la noche agitado, dando vueltas de un lado para otro en la cama. Sacó la bola mágica que estaba debajo de la almohada. Dudó un instante; enseguida la impaciencia le dominó, y tiró del hilo dorado. Por la mañana, descubrió que el año ya había pasado y que Lisa finalmente estaba de acuerdo con la boda. Pedro se sintió realmente feliz. Pero justo antes de que la boda se pudiese realizar, recibió una carta con aspecto de documento oficial. La abrió tembloroso y en ella leyó la noticia que debía presentarse la semana siguiente para servir en el ejercito durante los próximos dos años. Se la enseñó desesperado a Lisa.

- Bien – dijo ella – no hay nada que temer, basta con esperar. El tiempo pasará rápido, verás. ¡Tenemos tanto que preparar para nuestra vida en común!.

Pedro sonrió con gallardía, pero sabía que dos años tardarían una eternidad en pasar.

Cuando ya se acostumbró a la vida del cuartel, se dio cuenta que no era tan mala como él creía. Le gustaba estar con los otros chavales y las tareas al principio no eran tan arduas. Se acordó de la mujer aconsejándole utilizar el hilo mágico con sabiduría y evitó usarlo por algún tiempo. Pero enseguida se volvió a sentir inquieto. La vida en el ejército le aburría, con tareas de rutina y rígida disciplina.

Empezó a tirar del hilo para acelerar el paso de la semana a fin de que el domingo llegase pronto, o el día libre. Y así se pasaron los dos años como si fuera un sueño.

Cuando terminó el ejército, Pedro decidió no tirar más del hilo excepto por una necesidad absoluta. Al fin y al cabo todos decía que ésta era la mejor época de su vida. No quería que ésta se acabase tan rápido, solo dio uno o dos pequeños tirones al hilo para anticipar un poco el día de la boda. Tenía muchas ganas de contar a Lisa su secreto pero no sabía que, si se lo contaba, moriría.

El día de la boda, todos estaban felices, incluso Pedro. Casi no podía esperar para enseñarle a Lisa la casa que le había construido. Durante la fiesta lanzó una rápida mirada hacia su madre. Percibió por primera vez que su pelo estaba volviéndose gris. Había envejecido rápidamente. Pedro sintió una punzada de culpa por haber tirado del hilo con tanta frecuencia. De ahora en adelante sería mucho más cauto con su uso, y sólo tiraría si fuese estrictamente necesario.

Unos meses más tarde, Lisa anunció que estaba esperando un hijo, Pedro estaba entusiasmado y le costaba esperar. Cuando nació el bebé, pensó que era todo lo que esperaba de la vida. Pero siempre que el bebé se ponía enfermo o se pasaba una noche llorando él tiraba del hilo un poquito para que el bebé se pusiese sano y alegre. Los tiempos eran difíciles. Los negocios iban mal. Llegó al poder un gobierno que mantenía el pueblo bajo fuerte presión y altos impuestos y que no toleraba oposición. Quien quiera que fuese un agitador era metido en prisión sin juzgar y un simple rumor bastaba para condenar a un hombre. Pedro fue siempre conocido por decir lo que pensaba y enseguida fue hecho preso y metido en la cárcel. Por suerte traía la bola mágica con él y dio un fuerte tirón al hilo. Las paredes de la cárcel se disolvieron y los enemigos fueron lanzados a distancia en una enorme explosión. Era la guerra que comenzaba, pero que pronto acabó como una tempestad de verano, dejando en su rastro una paz agotadora. Pedro se vio de vuelta al hogar con su familia. Pero ahora era un hombre de mediana edad.

Durante algún tiempo, la vida corrió sin percances y Pedro se sintió relativamente satisfecho. Un día, miró a la bola mágica y se sorprendió al ver que le hilo había pasado del color dorado al plateado. Se fue a mirar al espejo. Su pelo empezaba a ponerse gris y en su rostro aparecían arrugas donde él no podría ni imaginarse. Sintió un miedo súbito y decidió que utilizaría el hilo todavía con más cuidado que antes. Lisa le dio otros hijos y él parecía feliz como jefe de la familia que crecía. Su manera autoritaria de ser hacía que las personas pensaran sobre él que era algún tipo de déspota benevolente. Poseía un aire de autoridad como si tuviese en sus manos el destino de todos. Mantenía la bola mágica bien escondida, resguardada de los curiosos ojos de los hijos, sabiendo que si alguno la descubría, sería fatal.

Cada vez tenía más hijos, de manera que la casa estaba cada vez más llena. Necesitaba ampliarla, pero no contaba con el dinero necesario para la obra. Tenía otras preocupaciones también. Su madre se hacía mayor y parecía más cansada con el paso de los días. No adelantaba nada tirando del hilo de la bola mágica pues se aceleraría la llegada de su muerte. De repente ella falleció y Pedro, parado delante de su tumba, pensó como la vida pasaba tan rápida, incluso sin hacer uso del hilo mágico.

Una noche, tumbado en la cama, sin conseguir dormir, pensando en sus preocupaciones, decidió que la vida sería mucho mejor si sus hijos ya hubiesen crecido y sus carreras estuviesen finalizadas. Dio un fortísimo tirón en el hilo, se despertó al día siguiente y vio que sus hijos ya no estaban en casa, habían encontrado trabajo en diferentes partes del país y Lisa y él estaban solos. Su pelo era ahora casi blanco y le dolían la espalda y las piernas cuando subía una escalera, también sus brazos cuando levantaba una viga más pesada. Lisa también había envejecido y estaba casi siempre enferma. Él no aguantaba verla sufrir de tal forma que echaba mano del hilo mágico cada vez más frecuentemente. Pero bastaba que un problema fuera resuelto para que otro apareciera en su lugar. Pedro pensó que tal vez la vida mejoraría si él se jubilaba. Así no tendría que continuar subiendo a los edificios en obras, sujeto a ráfagas de viento, y podría cuidar de Lisa siempre que ella estuviese enferma. El problema era tener el dinero suficiente para sobrevivir. Entonces cogió la bola mágica y se la quedó mirando. Para su espanto vio que el hilo ya no era plateado, sino gris, y que había perdido el brillo. Decidió ir al bosque a pasear para pensar mejor en todo ello. Ya hacía mucho tiempo que no iba a aquella parte del bosque. Los pequeños arbustos habían crecido transformándose en árboles frondosos, y le fue difícil encontrar el camino que acostumbraba a recorrer. Acabó llegando a un banco en medio de un claro. Se sentó para descansar y cayó en un sueño ligero. Le despertó una voz que le llamaba por su nombre: “¡Pedro, Pedro!”.

Abrió los ojos y vio a la mujer que se había encontrado hacía tantos años y le había dado la bola plateada con el hilo dorado mágico. Aparentaba la misma edad que tenía el día que se le apareció la primera vez, exactamente igual. Ella le sonrió

- Y dime Pedro, ¿tu vida fue buena? – Le preguntó.

- No estoy muy seguro – dijo él – Tu bola mágica es maravillosa. Jamás tuve que soportar cualquier sufrimiento o esperar por cualquier cosa en mi vida. Pero todo fue tan rápido. Siento como si no hubiese tenido el tiempo de aprender todo lo que ocurrió conmigo; ni las cosas buenas, ni las malas. ¡Y ahora falta tan poco tiempo!. Ya no me atrevo a tirar más del hilo, pues eso solo anticiparía mi muerte. Creo que tu regalo no me ha traído suerte.

- ¡Pero que falta de gratitud! – dijo la mujer - ¿De qué forma te gustaría que las cosas fuesen distintas?.

- Tal vez si me hubieses dado una bola que yo hubiese podido tirar para fuera y también para dentro, tal vez entonces yo hubiese podido revivir las cosas malas.

La mujer ser rió.

- Estás pidiendo mucho. ¿Tú crees que Dios nos permite vivir nuestras vidas más de una vez? Pero puede concederte un último deseo, tonto exigente.

- ¿Cuál? – preguntó él.

- Escoge – dijo ella.

Pedro pensó bastante. Al cabo de un tiempo dijo:

- A mí me gustaría volver a vivir mi vida, como si fuese la primera vez pero sin tu bola mágica. Así podré experimentar las cosas malas de la misma forma que las buenas sin acortar su duración, y por lo menos mi vida no pasará tan rápida y no perderá el sentido.

- Que así sea – dijo la mujer – devuélveme la bola. – Y estiró la mano y Pedro le entregó la bola plateada. Se recostó y cerró los ojos exhausto. Cuando despertó estaba en la cama. Su joven madre se inclinaba sobre él, intentando despertarlo cariñosamente.

- Despierta Pedro, llegarás tarde a la escuela. ¡Estabas dormido como una piedra! Él la miró sorprendido y aliviado.

- Tuve un sueño horrible, madre. Soñé que era viejo y estaba enfermo y que mi vida había pasado como un guiño, tan rápido que ni siquiera tenía algo que contar, ni tan siquiera algunos recuerdos.

La madre sonrió y dijo que no con la cabeza.

- Eso nunca va a ocurrir – dijo ella – Los recuerdos son algo que todos tenemos cuando llegamos a viejos. Ahora levántate rápido y vístete. Lisa te está esperando y no dejes que se retrase por tu causa.

Camino de la escuela en compañía de su amiga él observó que estaban en pleno verano y que hacía una preciosa mañana, una de aquellas en la cual era óptimo estar vivo. En pocos minutos se encontrarían con sus amigos y colegas, e incluso la perspectiva de enfrentarse con algunas clases no le parecía tan mala idea. La verdad, el mal podía esperar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

gnial jorge!! gracais por compartilo
enrique

Anónimo dijo...

Buenísimo el cuento del Hilo Mágico, Jorge. Buenísimo. Para mi, una enseñanza y un aprendizaje más que hago en mi vida.

Ana Fe