sábado, 2 de abril de 2011

Los tres canteros

El peregrino se acercó a tres hombres que trabajaban en una cantera cerca del camino y preguntó a uno de ellos:
-¿Qué estás haciendo?
-Ya ves –respondió- aquí sudando como una mula y esperando a que lleguen las ocho para poder irme a descansar.
Entonces preguntó al segundo: -¿Qué haces tú?
-Yo –dijo- estoy aquí ganándome mi pan y el de mis hijos
Miró entonces al tercero para preguntarle
-Y tu ¿qué es lo que estás haciendo?
-Yo –respondió sonriente el tercero- estoy construyendo una catedral. Traigo esta semana este relato que en mi juventud me contó mi querido amigo José Luis que tanto bien me hizo y tanto me inspiró. He de confesar que lo tenía olvidado y hace unos días volvió a mi memoria y enseguida supe que lo traería a este rincón para compartirlo contigo. Han pasado muchos años desde que escuché este cuento por primera vez, y hoy parece casi más actual que entonces (ahora que hay varios libros de moda y hasta series de televisión sobre la construcción de catedrales). Los tres canteros estaban trabajando y sudando por el esfuerzo de sacar la roca de la tierra para convertirla en material de construcción. Los tres merecen nuestro respeto. El primero cumple con su trabajo, suda la gota gorda y espera su merecido descanso. El segundo proyecta ese esfuerzo sobre quien seguramente sea su mayor fuente de inspiración y motivación para trabajar. ¿Cuántos de nosotros no habremos hecho grandes sacrificios y aguantado vicisitudes por la posibilidad de ofrecer lo mejor a nuestros hijos!, admirable en los dos casos. Pero espero que el tercero te haya inspirado tanto como a mi “Estoy construyendo una catedral”; si te fijas, en el relato es el único que sonríe, ha alcanzado una manera de transcender, y aunque sólo sea un sencillo eslabón de una larga cadena, siente que su labor es tan importante como necesaria y sabe que de verdad está construyendo una catedral, una catedral que seguramente no llegue a ver acabada, pero que acabará siendo algo grandioso que hará que cada día de su trabajo mereciera la pena. Cada adoquín, cada granito de arena de nuestras vidas, habrá merecido la pena si nos ponemos en disposición de construir en ella a lo grande, de saber que hemos venido al mundo para realizar una tarea única y que sin nuestra participación el resultado no va a ser el mismo. Realmente, cada vez que recuerdo esta historia se renueva mi ánimo y siento que tengo más fuerza para la construcción de la catedral de nuestra vida.

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